Títulos en Español: Los Imperdonables, Sin Perdón
Dirección: Clint Eastwood
Producción: Clint Eastwood, Julian Ludwig, David Valdes
Guión: David Webb Peoples
Música: Lennie Niehaus
Reparto: Clint Eastwood, Gene Hackman, Morgan Freeman, Richard Harris, James Woolvett, Saul Rubinek
País: Estados Unidos
Año: 1992
Género:Western
Duración: 131 minutos
SINOPSIS
Relata la historia de William Munny (Clint Eastwood), un pistolero viejo, viudo y acabado, que tiene dificultades para mantener a sus hijos. A pesar de estar retirado de su antigua vida como cazador de recompensas, se le presenta la oportunidad de sacar adelante a su familia haciendo un último trabajo, acompañado por un viejo socio y un joven e inexperto novato. La misión consiste en matar a dos hombres que le marcaron la cara a una prostituta.
COMENTARIO
Si supiera más sobre cine, si hubiera visto ya todas las películas que quiero ver, diría que Imperdonables es una de las mejores películas que se han filmado en los Estados Unidos. Yo creo, en cualquier caso, que es la mejor película de vaqueros que he visto. Y no es, por supuesto, una frase fácil de escribir: están las cuatro obras maestras de Sergio Leone (entre las cuales prefiero, aunque suene increíble, el melodrama de Por unos dólares más a la venganza inolvidable de Érase una vez en el Oeste), y están todas esas películas de John Wayne (las de Howard Hawks, las de John Ford) en las que aquel héroe de tira cómica, ese memorable hombre que no duda, le ayuda a uno a sentir que hubo un tiempo en el que la gente peleaba por lo que creía, y está Danza con lobos, la extraña obra de Kevin Costner, que la gente juzga sobre la base de nada y que le dio al género, justo a tiempo, un silencio, una esperanza, una melancolía que no hacían parte de su juego. También está, aunque no lo crean, Por mis pistolas: Cantinflas no recibe todos los elogios que merece.
Cuando pienso en Imperdonables, pienso en su música. Es una lástima que no pueda tararearla para ustedes porque la tengo la cabeza ya, así, cada vez que alguien me habla de la película. También recuerdo bien la noche en que Clint Eastwood recibió el Óscar por esta obra. Era 1993. Y yo no podía creer que la Academia de Hollywood, tan temerosa, le hubiera dado el premio a una película sin esperanza, oscura, tan desencantada como Río místico. Lo increíble era, creo, que justo el año anterior se había llevado el premio El silencio de los inocentes. Y yo estaba seguro de que no iban a ser capaces de arriesgarse dos años seguidos. Pero así fue. Clint Eastwood recibió el premio que tanto merecía. Y nuestra fe en el arte americano, el verdadero arte americano, que se parece al blues, al jazz, a un par de cuentos de otros tiempos, quedó restaurada para siempre. El director de Bird, de El fugitivo Josey Wales, de Mundo perfecto, sabe muy bien lo que hace. Cuando pienso en las cosas buenas que vienen de Estados Unidos, de inmediato pienso en él.
Si me preguntan por Imperdonables, respondo la escena en la que el protagonista, William Munny, alguna vez un frío asesino a sueldo, se arrastra en una porqueriza detrás de sus marranos. Creo que es la imagen que define al personaje: un viejo sicario redimido, que ha perdido a la esposa que le salvó la vida, se ha quedado solo con dos hijos en una granja miserable. Y alguien le ofrece dinero, mucho dinero para él, por asesinar a los hombres que maltrataron a una prostituta a sangre fría. Pero él es, en ese punto, y será, me parece, un marrano más entre todos los marranos, un animal herido de muerte que quiere ponerle punto final a su dolor. Si me preguntan algo más de Imperdonables, claro, tengo muchas más respuestas para darles: lo bien filmada -con esos tonos de tierra, esos rojos de árboles, esos campos rotos- que se encuentra, lo bien actuada que se encuentra, lo bien escrita que se encuentra.
Todas las películas de vaqueros están llenas de líneas punzantes, de frases célebres, diálogos de antología. Si me hablan de Imperdonables, recuerdo las siguientes: "Es una cosa gigantesca matar a un hombre: le quitas lo que tiene y todo lo que va a tener"; "he visto el ángel de la muerte, Ned, tiene ojos de serpiente"; "no voy a matarte, muchacho, eres el único amigo que tengo"; "siempre he tenido suerte a la hora de matar"; y la mejor, en inglés, que nos deja a todos sin palabras: "All right now, I'm comin' out. Any man I see out there, I'm gonna shoot him. Any sumbitch takes a shot at me, I'm not only gonna kill him, but I'm gonna kill his wife. All his friends. Burn his damn house down".
Cuando me hablan de Imperdonables, agrando -quiero decir: daño un poco- el maravilloso discurso final de William Munny. Pienso que les dice a todos los del pueblo, ese pueblo que dejó maltratar a las prostitutas por tanto tiempo, que los matará a todos uno por uno, y a sus hijas, y a las hijas de sus hijas, y a sus amigos más queridos, y todo mientras cae semejante aguacero sobre un pueblo que tiene que ser como fueron aquellos pueblos, mientras piensa en los dos amigos que murieron en vano, y en el destino que no ha terminado de cumplir, y en los hijos que lo esperan, solos, en la granja destartalada, con una pistola en la mano para matar a los intrusos.
Si supiera más sobre cine, si hubiera visto ya todas las películas que quiero ver, diría que Imperdonables es una de las mejores películas que se han filmado en los Estados Unidos. Yo creo, en cualquier caso, que es la mejor película de vaqueros que he visto. Y no es, por supuesto, una frase fácil de escribir: están las cuatro obras maestras de Sergio Leone (entre las cuales prefiero, aunque suene increíble, el melodrama de Por unos dólares más a la venganza inolvidable de Érase una vez en el Oeste), y están todas esas películas de John Wayne (las de Howard Hawks, las de John Ford) en las que aquel héroe de tira cómica, ese memorable hombre que no duda, le ayuda a uno a sentir que hubo un tiempo en el que la gente peleaba por lo que creía, y está Danza con lobos, la extraña obra de Kevin Costner, que la gente juzga sobre la base de nada y que le dio al género, justo a tiempo, un silencio, una esperanza, una melancolía que no hacían parte de su juego. También está, aunque no lo crean, Por mis pistolas: Cantinflas no recibe todos los elogios que merece.
Cuando pienso en Imperdonables, pienso en su música. Es una lástima que no pueda tararearla para ustedes porque la tengo la cabeza ya, así, cada vez que alguien me habla de la película. También recuerdo bien la noche en que Clint Eastwood recibió el Óscar por esta obra. Era 1993. Y yo no podía creer que la Academia de Hollywood, tan temerosa, le hubiera dado el premio a una película sin esperanza, oscura, tan desencantada como Río místico. Lo increíble era, creo, que justo el año anterior se había llevado el premio El silencio de los inocentes. Y yo estaba seguro de que no iban a ser capaces de arriesgarse dos años seguidos. Pero así fue. Clint Eastwood recibió el premio que tanto merecía. Y nuestra fe en el arte americano, el verdadero arte americano, que se parece al blues, al jazz, a un par de cuentos de otros tiempos, quedó restaurada para siempre. El director de Bird, de El fugitivo Josey Wales, de Mundo perfecto, sabe muy bien lo que hace. Cuando pienso en las cosas buenas que vienen de Estados Unidos, de inmediato pienso en él.
Si me preguntan por Imperdonables, respondo la escena en la que el protagonista, William Munny, alguna vez un frío asesino a sueldo, se arrastra en una porqueriza detrás de sus marranos. Creo que es la imagen que define al personaje: un viejo sicario redimido, que ha perdido a la esposa que le salvó la vida, se ha quedado solo con dos hijos en una granja miserable. Y alguien le ofrece dinero, mucho dinero para él, por asesinar a los hombres que maltrataron a una prostituta a sangre fría. Pero él es, en ese punto, y será, me parece, un marrano más entre todos los marranos, un animal herido de muerte que quiere ponerle punto final a su dolor. Si me preguntan algo más de Imperdonables, claro, tengo muchas más respuestas para darles: lo bien filmada -con esos tonos de tierra, esos rojos de árboles, esos campos rotos- que se encuentra, lo bien actuada que se encuentra, lo bien escrita que se encuentra.
Todas las películas de vaqueros están llenas de líneas punzantes, de frases célebres, diálogos de antología. Si me hablan de Imperdonables, recuerdo las siguientes: "Es una cosa gigantesca matar a un hombre: le quitas lo que tiene y todo lo que va a tener"; "he visto el ángel de la muerte, Ned, tiene ojos de serpiente"; "no voy a matarte, muchacho, eres el único amigo que tengo"; "siempre he tenido suerte a la hora de matar"; y la mejor, en inglés, que nos deja a todos sin palabras: "All right now, I'm comin' out. Any man I see out there, I'm gonna shoot him. Any sumbitch takes a shot at me, I'm not only gonna kill him, but I'm gonna kill his wife. All his friends. Burn his damn house down".
Cuando me hablan de Imperdonables, agrando -quiero decir: daño un poco- el maravilloso discurso final de William Munny. Pienso que les dice a todos los del pueblo, ese pueblo que dejó maltratar a las prostitutas por tanto tiempo, que los matará a todos uno por uno, y a sus hijas, y a las hijas de sus hijas, y a sus amigos más queridos, y todo mientras cae semejante aguacero sobre un pueblo que tiene que ser como fueron aquellos pueblos, mientras piensa en los dos amigos que murieron en vano, y en el destino que no ha terminado de cumplir, y en los hijos que lo esperan, solos, en la granja destartalada, con una pistola en la mano para matar a los intrusos.
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