GENERO: Terror
PAIS: Estados Unidos
DURACION: 116 Minutos
AÑO: 1973
DIRECTOR: William Friedkin
GUION: W.P. Blatty
INTERPRETES: Ellen Burstyn, Jason Miller, Linda Blair y Max Von Sydow
PRODUCTOR: Noel Marshall
MUSICA: Mike Oldfield y Anton Webern
FOTOGRAFÍA: Owen Roizman y Billy Williams III
MONTAJE: Norman Gay, Evan A. Lottman y Bud S. Smith
SINOPSIS
Regan MacNeil es una niña de doce años tan normal y encantadora como cualquier otra de su edad. Hija de padres divorciados sin embargo, pasa por una depresión originada en parte por la ausencia de su padre, y en parte por su falta de amigas, siempre detrás de su madre de un rodaje a otro. Esto desemboca en un estado nervioso que su madre achaca a algún tipo de enfermedad. Pero, una tras otra, todas las pruebas médicas dan negativo, siendo cada vez más patente que la niña no está enferma sino poseída; no necesita un médico, sino un exorcista de la Iglesia Católica que la libre de las garras del Mal.
COMENTARIO
Estamos ante una de las grandes películas de la historia del cine; la más terrorífica si nos atenemos a la campaña publicitaria que décadas después de su estreno la llevó a abarrotar de nuevo los cines de todo el mundo. Eso bastaría para hacer obligada su visión, aunque si todavía hay por ahí algún reticente, esperamos que tras leer estas líneas corra al vídeo club más próximo para hacerse con ella. Pues sea o no la película más terrorífica de la historia, lo cierto es que es una de las cumbres del género de terror, con o sin escenas añadidas, pues ante todo resiste perfectamente el paso de los años, no habiendo perdido ni un ápice de su desasosegante atmósfera.
La película arranca con un ritmo pausado, cotidiano, introduciéndonos en la trama de un modo sutil pero eficaz, sin necesidad de escenas frenéticas repletas de acción, demostrando que no son necesarios fuegos de artificio para mantener la atención del espectador. Y eso se consigue con una buena historia: un buen guión a cargo de William Peter Blatty a partir de su propio best-seller que no deja indiferente a nadie. Dentro de una sociedad católica y cada vez menos practicante, el diablo resulta siempre un tema atrayente para el gran público, y más si los responsables de la película se encargan de envolver los fotogramas de una conseguida aura de realismo y proximidad. Así nos encontramos con una familia rota por la separación del matrimonio, donde Regan (una estupenda Linda Blair nominada al Oscar a la mejor actriz secundaria), pasa más tiempo sola jugando con una tabla ouija que con su madre, actriz de éxito. Un caldo de cultivo perfecto para que el diablo juegue a ser Dios. Lejos de juicios morales sobre profesiones liberales como las del mundillo cinematográfico, la película comienza -tras un prólogo enigmático ubicado en una excavaciones en Irak, donde hallan una efigie del diablo-, presentando la vida cotidiana de modo tan real como convincente, para fotograma a fotograma (y no sólo del diablo reflejado en una ventana) inquietar el espíritu del espectador. La consternación de ver cómo la vida golpea a todos por igual, perdiendo incluso los propios sacerdotes la fe al ser objeto en su propia carne de la desgracia (el padre Karras es en realidad el eje moral de la película, al ser quien se plantea cuestiones morales relacionadas con la fe), marca el comienzo de la película al tiempo que vemos que en el lado opuesto, una mujer de hoy en día, atea por conformismo, va perdiendo la fe en la ciencia que no es capaz de curar a su hija enferma. Con gran acierto William Friedkin nos muestra los hospitales como modernas salas de tortura (que nada tienen que envidiar con las utilizadas en la Edad Media por la Inquisición). Salas de tortura para niños, en las que las buenas palabras tratan de ocultar el hecho de que el hombre no tiene todas las respuestas. Realizando las escenas con soltura, bien apoyado en la excelente fotografía de lo cotidiano de Owen Roizman, y sabiendo dosificar en su justa medida las pistas y detalles acerca del proceso de la posesión demoníaca, Friedkin nos muestra a cuentagotas las reticencias propias del mundillo sacerdotal respecto a los exorcismos, hasta que la desesperación de una madre y las pruebas recopiladas resultan más que suficientes, y entramos en la batalla explícita que han de librar Dios (representado en dos sacerdotes) y el demonio, en posesión del cuerpo de una niña. Una niña encantadora, a la que antes hemos visto reír y jugar, por lo que su transformación nos afecta aún más profundamente, sintiéndonos abofeteados por la injusticia, ya sea divina o terrenal.
Se trata de una película en la que el mal, representado por el demonio, está presente de principio a fin, sin necesidad de rostros demoníacos entrevistos, en la que pequeños detalles como la escena en que Regan profetiza una muerte y se orina en la alfombra pueden ser mucho más perturbadoras que verla caminar como una araña. Aunque precisamente por ese tono tan realista de la primera mitad del film resulta tan impactante la magnífica labor de maquillaje de Dick Smith y Rick Baker, convirtiendo a una dulce niña en la encarnación del mal. Labor encomiable del equipo de efectos especiales, que tiene su culmen en el épico duelo final entre el padre Karras, el padre Merrin y el mal, haciendo a la niña incluso levitar sobre su lecho. Pero más que los estupendos efectos de maquillaje, lo que el diablo utiliza es su lengua, su conocimiento de los secretos más íntimos. Así, ataca a los protagonistas donde más les duele, con su madre muerta al padre Karras, o con la promiscuidad a la madre de la niña.
Es este un film de escenas memorables (algunas tan arraigadas en la sociedad que incluso se parodian cada dos por tres en espectáculos pseudo humorísticos), como la del vómito verde, la del giro completo de la cabeza de la niña, la de la famosísima frase "mira lo que hace la cochina de tu hija", o la llegada del padre Merrin a la casa envuelta en neblina… Pero más que eso, es una película redonda, un clásico más allá de décadas o revisiones. Incluso la música de Mike Oldfield, que en su día algunos pensábamos que no casaba con el conjunto de imágenes, hoy en día está grabada en nuestro inconsciente como una de las más evocadoras melodías de la historia del cine.
Una película, en definitiva, que trata el tema de la fe y el confrontamiento entre el Bien y el Mal de un modo extremadamente serio, sin chistecillos a lo largo del metraje que rebajen la tensión. Se trata, ante todo, de un drama familiar antes que cualquier otra cosa. Aparte de ser una película de terror que en la fecha de su estreno, allá por 1973, impactó sobremanera a una sociedad no tan acostumbrada como la actual a los temas escabrosos (recordemos sin ir más lejos la polémica conducta sexual de Regan, una niña de doce años), pero que con el paso de los años no ha perdido ni un ápice de su fuerza.
La película arranca con un ritmo pausado, cotidiano, introduciéndonos en la trama de un modo sutil pero eficaz, sin necesidad de escenas frenéticas repletas de acción, demostrando que no son necesarios fuegos de artificio para mantener la atención del espectador. Y eso se consigue con una buena historia: un buen guión a cargo de William Peter Blatty a partir de su propio best-seller que no deja indiferente a nadie. Dentro de una sociedad católica y cada vez menos practicante, el diablo resulta siempre un tema atrayente para el gran público, y más si los responsables de la película se encargan de envolver los fotogramas de una conseguida aura de realismo y proximidad. Así nos encontramos con una familia rota por la separación del matrimonio, donde Regan (una estupenda Linda Blair nominada al Oscar a la mejor actriz secundaria), pasa más tiempo sola jugando con una tabla ouija que con su madre, actriz de éxito. Un caldo de cultivo perfecto para que el diablo juegue a ser Dios. Lejos de juicios morales sobre profesiones liberales como las del mundillo cinematográfico, la película comienza -tras un prólogo enigmático ubicado en una excavaciones en Irak, donde hallan una efigie del diablo-, presentando la vida cotidiana de modo tan real como convincente, para fotograma a fotograma (y no sólo del diablo reflejado en una ventana) inquietar el espíritu del espectador. La consternación de ver cómo la vida golpea a todos por igual, perdiendo incluso los propios sacerdotes la fe al ser objeto en su propia carne de la desgracia (el padre Karras es en realidad el eje moral de la película, al ser quien se plantea cuestiones morales relacionadas con la fe), marca el comienzo de la película al tiempo que vemos que en el lado opuesto, una mujer de hoy en día, atea por conformismo, va perdiendo la fe en la ciencia que no es capaz de curar a su hija enferma. Con gran acierto William Friedkin nos muestra los hospitales como modernas salas de tortura (que nada tienen que envidiar con las utilizadas en la Edad Media por la Inquisición). Salas de tortura para niños, en las que las buenas palabras tratan de ocultar el hecho de que el hombre no tiene todas las respuestas. Realizando las escenas con soltura, bien apoyado en la excelente fotografía de lo cotidiano de Owen Roizman, y sabiendo dosificar en su justa medida las pistas y detalles acerca del proceso de la posesión demoníaca, Friedkin nos muestra a cuentagotas las reticencias propias del mundillo sacerdotal respecto a los exorcismos, hasta que la desesperación de una madre y las pruebas recopiladas resultan más que suficientes, y entramos en la batalla explícita que han de librar Dios (representado en dos sacerdotes) y el demonio, en posesión del cuerpo de una niña. Una niña encantadora, a la que antes hemos visto reír y jugar, por lo que su transformación nos afecta aún más profundamente, sintiéndonos abofeteados por la injusticia, ya sea divina o terrenal.
Se trata de una película en la que el mal, representado por el demonio, está presente de principio a fin, sin necesidad de rostros demoníacos entrevistos, en la que pequeños detalles como la escena en que Regan profetiza una muerte y se orina en la alfombra pueden ser mucho más perturbadoras que verla caminar como una araña. Aunque precisamente por ese tono tan realista de la primera mitad del film resulta tan impactante la magnífica labor de maquillaje de Dick Smith y Rick Baker, convirtiendo a una dulce niña en la encarnación del mal. Labor encomiable del equipo de efectos especiales, que tiene su culmen en el épico duelo final entre el padre Karras, el padre Merrin y el mal, haciendo a la niña incluso levitar sobre su lecho. Pero más que los estupendos efectos de maquillaje, lo que el diablo utiliza es su lengua, su conocimiento de los secretos más íntimos. Así, ataca a los protagonistas donde más les duele, con su madre muerta al padre Karras, o con la promiscuidad a la madre de la niña.
Es este un film de escenas memorables (algunas tan arraigadas en la sociedad que incluso se parodian cada dos por tres en espectáculos pseudo humorísticos), como la del vómito verde, la del giro completo de la cabeza de la niña, la de la famosísima frase "mira lo que hace la cochina de tu hija", o la llegada del padre Merrin a la casa envuelta en neblina… Pero más que eso, es una película redonda, un clásico más allá de décadas o revisiones. Incluso la música de Mike Oldfield, que en su día algunos pensábamos que no casaba con el conjunto de imágenes, hoy en día está grabada en nuestro inconsciente como una de las más evocadoras melodías de la historia del cine.
Una película, en definitiva, que trata el tema de la fe y el confrontamiento entre el Bien y el Mal de un modo extremadamente serio, sin chistecillos a lo largo del metraje que rebajen la tensión. Se trata, ante todo, de un drama familiar antes que cualquier otra cosa. Aparte de ser una película de terror que en la fecha de su estreno, allá por 1973, impactó sobremanera a una sociedad no tan acostumbrada como la actual a los temas escabrosos (recordemos sin ir más lejos la polémica conducta sexual de Regan, una niña de doce años), pero que con el paso de los años no ha perdido ni un ápice de su fuerza.
DATOS
La película está basada en la propia novela de William Peter Blatty, la cual a su vez está inspirada en un hecho real (de un muchacho de catorce años en ese caso) y en unos informes que Blatty leyó en su época de estudiante.
En su primera semana de estreno en 1973 batió el récord de recaudación que hasta la fecha tenían películas como El Padrino o Lo que el viento se llevó.
Tras su estreno, el número de jóvenes que decían estar poseídos por el demonio aumentó exponencialmente.
Fue nominada a 10 Oscars (mejor película y mejor actriz secundaria incluidos), pero sólo consiguió el Oscar al mejor sonido y al mejor guión adaptado.
Dentro de la campaña de lanzamiento se difundieron rumores sobre ciertos hechos extraños acaecidos durante el rodaje, hechos desmentidos posteriormente por el propio director William Friedkin.
En la escena del exorcismo todo el set estaba refrigerado mediante potentes acondicionadores de aire, que funcionaban durante toda la noche hasta alcanzar una temperatura de – 40 grados, subiendo hasta 0 grados al comenzar el rodaje por la mañana. Linda Blair acabó el rodaje con fobia al frío, después de tanto tiempo en camisón a esas temperaturas.
Se asegura que para lograr auténtico miedo en los intérpretes, William Friedkin utilizaba métodos de lo más perturbadores en los rodajes, como disparar a los actores con balas de fogueo. Ellen Burstyn a punto estuvo de partirse el coxis en una caída, utilizando Friedkin el grito de tal accidente en la escena que Regan pega a su madre. Las escenas en que Regan lanza toda una retahíla de insultos, y la polémica escena de la masturbación con el crucifijo, fueron rodadas por la doble de Linda Blair, Eileen Dietz.
La razón por la que la famosa escena de Regan bajando de espaldas por las escaleras no fuera incluida en la versión original se debió únicamente a cuestiones técnicas. Con los actuales programas informáticos se ha podido añadir eliminando los "defectos" de que adolecía, asegura su director.
Originalmente, Lalo Schifrin compuso una música para el film que fue rechazada por Friedkin, pues no era de su gusto. Después, Schifrin reaprovechó el trabajo para otro film de terror, Terror en Amityville, y consiguió una nominación para el Oscar.