jueves, 12 de junio de 2008

LA SOGA


Título original: Rope
Año: 1948

Duración: 77 min.
Género: Intriga
Reparto: James Stewart, John Dall, Farley Granger, Joan Chandler, Cedric Hardwicke, Constance Collier, Edith Evanson, Douglas Dick, Dick Hogan
Montaje: Joseph A. Valentine, William V. Skall
Dirección: Alfred Hitchcock
Guión: Patrick Hamilton, Arthur Laurents, Hume Cronyn
Música: Leo F. Forbstein


SINOPSIS

A casa de dos estudiantes van llegando personajes a los que han invitado a una especie de fiesta fin de curso. Al invitado que más temen es su tutor y profesor de criminología, una astuto criminólogo que defiende la no existencia del crimen perfecto. Ellos, precisamente, están preocupados porque tienen un cadáver en el arcón que sirve como mesa para la cena. Se trata de un amigo mutuo y prometido de una antigua novia de uno de ellos. Con el asesinato intentan demostrar al profesor que sí existe el crimen perfecto. A lo largo de la noche, el profesor va comprendiendo que los dos amigos han asesinado a uno de sus alumnos y, utilizando métodos deductivos, intenta descubrirlos, desarmando sus coartadas.



Esta breve pero compleja obra del genio Alfred Hitchcock rodada en 1948 tiene mucha tela que cortar a pesar de sus breves ochenta minutos de duración. En primer lugar, la película pretende ser un golpe sobre la mesa del propio Hitchcock ante su tortuosa relación con David O. Selznick, el productor que le había llevado de la mano a Hollywood. Como ya se ha dicho en otras entradas de esta misma sección haciendo un poquito de historia, las dificultades para el entendimiento entre ambos propiciaron que Selznick cediera al director inglés a otros estudios a cambio de sustanciales ingresos. Enfurecido por el fracaso de El proceso Paradine (1947), Selznick cerró otro acuerdo de cesión con Universal, y ésta, de buen grado, le dio plenos poderes a Hitchcock para que hiciera la película que quisiera. Y Hitchcock volvió a rodar una joya.

Intenso drama psicológico, entretenido juego del ratón y el gato, batalla dialéctica entre rectitud moral y el asesinato aristocrático de las novelas anglosajonas de brillantes detectives, supone una obra de primer orden que, aunque considerada menor por el propio Hitchcock en la medida en que su interés terminaba en los límites de las posibilidades técnicas, es una auténtica maravilla para disfrutar, concisa, concreta, breve, pero demoledora visual e intelectualmente. Un placer intenso que permite, aun viéndola más de una vez y por tanto conociendo lo que va a ocurrir, disfrutar con el truculento episodio que sucede en un lujoso piso de Nueva York; como siempre le interesó a Hitchcock, tras las cortinas echadas de cada casa, están sucediendo cosas extrañas que no podemos ver, y que por eso mismo, resultan inquietantes.